—Hay que hacer algo —gruñe Orrin Gault, un hombre de voz fuerte y presencia dominante—. Si no nos defendemos, seremos los siguientes.
Annileen sacude la cabeza.
—Si atacan, los tusken responderán con más violencia.
—Entonces acabemos con todos de una vez.
Ben siente una punzada en el pecho. Esto no es una simple disputa entre colonos y saqueadores. Algo más está pasando.
No es su lucha. No puede involucrarse.
Pero cuando cae la noche, el desierto grita otra historia.
Un rugido de blásteres interrumpe el silencio. Gritos. Caos. Un ataque.
Ben aprieta los puños. No puede intervenir. No debe.
Pero su cuerpo ya se está moviendo.
El aire de la noche está cargado de humo y polvo cuando Ben Kenobi llega al sitio del ataque.
La granja de Wyle Ulbreck es ahora una ruina. Los evaporadores destruidos, el suelo cubierto de cenizas. Y en el centro de todo, tres cuerpos inertes.
Los colonos han llegado antes que él. Orrin Gault está de pie, bláster en mano, mirando los cadáveres con una expresión dura.