El Castillo

Ellos no se mostraron de acuerdo, alegres y satisfechos con la comida, preferían algo de movimiento. Sólo cuando Frieda dijo: «claro, os quedáis aquí», se sometieron.

—¿Sabes adónde voy? —preguntó K.

—Sí —dijo Frieda.

—¿Y no quieres detenerme? —preguntó K.

—Encontrarás tantos impedimentos —dijo ella—, ¡qué significarían para ti mis palabras!

Se despidió de K con un beso, le dio, como no había podido comer, un paquete con pan y salchichas, que había subido de la cocina, le recordó que ya no debía regresar allí, sino a la escuela, y le acompañó, con la mano en su hombro, hasta la puerta.




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