El Castillo

El cochero, obediente, pero lanzando una enojada mirada de soslayo a K, tuvo que descender y quitarse la piel, comenzando con lentitud, como si no esperase una contraorden del señor, pero sí un cambio de opinión de K, a empujar a los caballos hacia atrás, aproximándose a un ala lateral del edificio en la que, detrás de una gran puerta, debía de estar el establo y la cochera. K vio cómo se quedaba solo, por una parte se alejaba el trineo, por la otra, por el camino por donde K había venido, se alejaba el joven señor, aunque los dos lo hacían con gran lentitud, como si quisieran mostrar a K que aún estaba en su poder impulsarlos a regresar.











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