—El reproche que me haces —dijo Olga— también me lo hago yo y desde hace tiempo. Aunque no se me puede reprochar que haya enviado a Barnabás al castillo, no le he enviado, él fue por su cuenta, pero tendrÃa que haberle retenido con todos los medios, con persuasión, astucia, con violencia si hubiese sido necesario. TendrÃa que haberle retenido, pero si hoy fuese aquel dÃa, aquel dÃa decisivo, y sintiese la miseria de Barnabás y de mi familia como la sentà entonces y la siento ahora, y Barnabás, claramente consciente de toda la responsabilidad y del peligro, volviese a desprenderse de mà sonriente y con dulzura para irse, tampoco le retendrÃa hoy, pese a todas las experiencias de este tiempo, tú mismo en mi lugar no podrÃas hacer otra cosa. No conoces nuestra miseria, por eso cometes una injusticia con nosotros, pero ante todo con Barnabás. Antaño tenÃamos más esperanza que hoy, pero tampoco era nuestra esperanza muy grande, grande sólo era nuestra miseria y asà ha permanecido. ¿No te ha contado Frieda nada de nosotros?
—Sólo alusiones —dijo K—, nada en concreto, pero sólo vuestro nombre la irrita.
—¿Tampoco la posadera te ha contado nada?
—No, nada.
—Y ¿ninguna otra persona?
—Nadie.