El Castillo

¿Por qué mi vestido? —preguntó la posadera irritada.

K se encogió de hombros.

—Ven —dijo la posadera a su esposo—, está borracho, el muy bruto. Deja que duerma aquí la borrachera.

Y ordenó a Pepi, que al oír cómo se dirigía a ella salió de la oscuridad, cansada y desgreñada, sosteniendo con negligencia una escoba, que le arrojase a K un cojín cualquiera.










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