El Castillo

—Tú eres la que lo quieres saber. Bien, son de un buen material, lujosos, pero están anticuados, sobrecargados, a veces retocados, gastados y no le van ni a tu edad, ni a tu figura, ni a tu posición. Me llamaron la atención la primera vez que te vi, hace una semana, aquí en el pasillo.

—Aquí lo tenemos. Son anticuados, sobrecargados y ¿qué más? ¿De dónde pretendes saber todo eso?

—Simplemente lo veo. Para eso no se necesita ninguna instrucción.

—Eso lo ves tú, así, sin más. No tienes que preguntar en ninguna parte y sabes lo que está de moda. Me vas a ser indispensable, pues tengo una debilidad por los vestidos bonitos. Y ¿qué opinarías si te digo que todo este armario está lleno de vestidos?

Corrió una de las puertas y se pudieron ver los vestidos comprimidos que ocupaban todo el armario, la mayoría eran vestidos oscuros, azules, marrones y negros, todos cuidadosamente colgados y estirados.

—Éstos son los vestidos para los que no tengo espacio en mi habitación, allí aún tengo dos armarios llenos, dos armarios, cada uno tan grande como éste. ¿Te asombras?

—No, había esperado algo similar, ya dije que no sólo eres posadera, aspiras a algo más.

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