Crítica de la Razón Práctica

4. De la felicidad como un corolario imprescindible

Otro de los reproches más habituales que suele recibir el formalismo ético kantiano estriba en su presunto desdén hacia la felicidad, algo que habría sido repudiado por su implacable rigorismo. Seguramente se trata del reproche más injusto entre todos los que pueda recibir su filosofía moral, habida cuenta de que tal cuestión jamás le fue indiferente y, bien al contrario, Kant pasó toda su vida estudiando cómo ingeniárselas para que la felicidad pudiera ocupar un sitio destacado dentro de sus premisas morales[35], según testimonian, aparte de las obras publicadas, muchos fragmentos inéditos cuyas fechas abarcan desde 1764 a 1795, por no aludir a sus lecciones de ética. En la propia Crítica de la razón pura Kant aborda el tema y señala que uno será tanto más feliz cuantas más inclinaciones logre satisfacer, procurando además colmarlas en lo que atañe al grado de su intensidad y a la persistencia de su duración[36]. Tras acuñar esta definición, y siempre dentro del canon de la razón pura, se nos habla de un sistema de moralidad autorrecompensadora donde «la felicidad va ligada a la moralidad y es proporcional a ésta, ya que la libertad misma, en parte impulsada por las leyes morales y en parte restringida por ellas, sería la causa de la felicidad general[37]». La respuesta que recibe allí la pregunta sobre ¿qué debo hacer? no es otra que: «haz aquello mediante lo cual te haces digno de ser feliz[38]». Quien se comporta moralmente se vuelve digno de la felicidad. Pero es al contestar a la tercera pregunta, la de ¿qué puedo esperar si hago lo que debo?, cuando la felicidad adquiere sin lugar a dudas todo el protagonismo, pues Kant sostiene nada menos que «todo esperar se refiere a la felicidad y es, comparado con lo práctico y con la ley moral, lo mismo que el saber y la ley de la naturaleza comparados con el conocimiento teórico de las cosas[39]».

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