Crítica de la Razón Práctica

5. El punto de vista del espectador imparcial

Eso es lo que supone fundamentalmente Dios para Kant, un experimento mental, una hipótesis de trabajo en su laboratorio moral. Así lo certifican estas líneas escritas al final de sus días en el denominado Opus postumum: «Dios no es un ser exterior a mí, sino un pensamiento dentro de mí; Dios es la razón ético-práctica y autolegisladora[54]». El mayor atributo de semejante condicional contrafáctico es la imparcialidad. Y, ante una razón imparcial que fuera omnipotente, quien se hace digno de ser feliz merced a un comportamiento moral tendría que poder disfrutar también de su anhelada felicidad. Tal conjunción entre virtud y felicidad es lo que Kant da en llamar sumo bien, lo cual constituiría el objeto que ordena propiciar la ley moral. No se trata en realidad sino de un horizonte utópico, en pos del cual quien obra moralmente promovería con sus acciones un mundo mejor (cf. A 226). Si supiéramos con certeza que hay algo así como un Dios justiciero, no habría lugar alguno para la ética, pues entonces

la mayoría de las acciones conformes a la ley se deberían al miedo, unas cuantas a la esperanza y ninguna al deber, con lo que no existiría en absoluto el valor moral de las acciones, es decir, lo único de que depende el valor moral de la persona, e incluso del mundo, a los ojos de la suprema sabiduría.

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