Noah respiraba hondo, ajustándose en el asiento trasero del auto que la llevaba a su nueva vida. El paisaje cambiaba ante sus ojos como una promesa vacÃa: palmeras de California y cielo claro, pero el silencio del coche le recordaba lo que realmente habÃa dejado atrás. Miraba por la ventana, viendo cómo las casas se transformaban en mansiones y luego en auténticos palacios rodeados de jardines perfectos. Todo en esa ciudad parecÃa gritar que no pertenecÃa allÃ. Solo su reflejo en la ventanilla, sus ojos con un toque de desilusión, le recordaban quién era.
La mansión apareció como una fortaleza inexpugnable, enorme y brillante, desbordando lujos. Era el tipo de casa que parecÃa observar desde arriba a cualquiera que se atreviera a entrar. Noah sintió una punzada de incomodidad y su mano apretó el asa de su maleta mientras un extraño nudo le crecÃa en el estómago.
—Noah, tienes que intentarlo —le habÃa dicho su madre unas horas antes, la cara llena de esa felicidad reciente y desconocida que tanto la desconcertaba—. Esta es una oportunidad para las dos.