La casa se volvió pequeña ante la tensión que surgió entre ellos en ese instante. Noah entendió que aquella guerra estaba declarada, y que habÃa empezado desde el momento en que sus miradas se cruzaron.
En la soledad de esa enorme mansión, el silencio parecÃa atronador. Noah habÃa intentado construir una coraza a su alrededor, rodeándose de las cosas que la ayudaban a desconectarse: su música, sus libros y los pocos recuerdos que trajo consigo desde Canadá. Pero los muros de aquella casa, llenos de detalles exquisitos, parecÃan observarla con una frialdad calculada. Intentaba ignorar esa sensación de ser siempre una intrusa, una sombra sin lugar.
Sin embargo, habÃa algo que le costaba ignorar más que la soledad o los lujos desbordantes: la presencia constante de Nick. ParecÃa como si él lograra habitar cada rincón, cada espacio vacÃo. Sus encontronazos se convirtieron en el motor de cada dÃa, en un vaivén de tensiones y miradas retadoras que dejaban un sabor agrio y dulce a la vez. Nick era un misterio, y esa mezcla de arrogancia y desafÃo en su mirada la incomodaba, pero también la mantenÃa alerta, como un peligro latente. HabÃa algo en él, una tristeza velada y un dolor escondido, que Noah reconocÃa aunque nunca hubiera tenido el valor de admitirlo.