El paraíso perdido

Se ha insistido en que Satán, fiero, desmedido y batallador como es, representa la encarnación de los valores marciales del héroe clásico, precisamente esos valores que Milton critica a través de su Ángel Protestante y a los que contrapone el nuevo ethos del héroe espiritual cristiano[9]; se ha señalado incluso su analogía con Aquiles[10]—. Pero, si Satán tiene alguna semejanza con Aquiles, no es sólo por su «sentimiento de herido mérito»[11], sino porque este Terminator aqueo, con su hybris inextinguible, es quien más se parece al hombre contemporáneo de entre todos los héroes homéricos, salvo, en algunas encomiables ocasiones, el artero Ulises. Satán, este Satán miltónico de los dos primeros libros del Paraíso perdido, a pesar de su escudo «largo y redondo y masivo, colgándole de los hombros cual la luna», y de su lanza «comparada con la cual el pino más enorme, talado en montes de Noruega para mástil de glorioso buque insignia, fuera caña sólo», y de todo el rechinar de las «ruedas de los broncíneos carros» de sus legiones, no mira menos hacia nuestro presente que hacia el pasado que se le atribuye; porque es el hombre moderno, al fin y al cabo, quien ha culminado la empresa satánica y suprimido «la Tiranía del Cielo», aunque sea para morar en el abismo de su finitud. En el «Dios ha muerto» nietzscheano resuena todavía el eco de las campañas del «perdido Arcángel».

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