Ana de las Tejas Verdes

Marilla tenía algo que decir a Ana, pero no lo dijo entonces pues sabía que la subsecuente excitación de la niña la arrancaría de asuntos tan materiales como el apetito. Cuando Ana hubo terminado, dijo Marilla:

- La señora Barry estuvo aquí esta tarde. Quería verte, pero no te desperté. Dice que le salvaste la vida a Minnie May y que siente mucho haberse portado como lo hizo respecto al asunto del vino casero. Dice que ahora sabe que no tuviste intención de emborrachar a Diana y espera que la perdones y que seas otra vez buena amiga de su hija. Si quieres, puedes ir esta tarde a su casa, pues Diana no puede salir por culpa de un resfriado que cogió anoche. Por favor, Ana Shirley, no saltes por el aire.

La expresión no era extemporánea; tan ligera y exaltada fue la actitud de Ana, que saltó sobre sus pies, con la cara iluminada.

- Oh, Marilla, ¿puedo ir antes de lavar los platos? Los fregaré cuando regrese. En un momento tan emocionante, no puedo atarme a algo tan poco romántico como lavar los platos.

- Sí, sí, corre – dijo indulgente Marilla –. Ana Shirley, ¿estás loca? Vuelve al momento y ponte algo. Es igual que si le hablara al viento. Se ha ido sin gorro. Será un milagro si no enferma.

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