- Ana Shirley – interrumpió Marilla con firmeza –. No quiero volverte a oÃr hablar de esas cosas. He tenido mis dudas respecto a esa imaginación tuya; y no voy a aceptar tales cosas. Vas a ir a casa de los Barry, cruzando el bosque, para que te sirva de aviso y lección. Y que nunca vuelva a oÃrte hablar de bosques embrujados.
Ana lloró y rogó cuanto pudo, pues su terror era real. Su imaginación se habÃa desbocado, convirtiendo al bosquecillo en una trampa mortal después de la caÃda del sol. Pero Marilla era inconmovible. Acompañó a la temblorosa descubridora de fantasmas hasta el arroyo y le ordenó que cruzara el puente y penetrara en los dominios de las damas aullantes y de los hombres sin cabeza.
- ¡Oh, Marilla! ¿Cómo puede ser tan cruel? – sollozó Ana –. ¿Qué sentirÃa si una cosa blanca se apodera de mà y me llevara?.
- Quiero correr el riesgo – contestó de mala gana Marilla –. Te curaré de imaginar fantasmas. Ahora, ve.