Ana de las Tejas Verdes

Ana disfrutó aquel verano con todo su corazón. Diana y ella vivieron totalmente al aire libre, gozando de todas las delicias que les brindaban el Sendero de los Amantes, la Burbuja de la Dríada, Willowmere y la isla Victoria. Marilla no opuso inconveniente a los vagabundeos de Ana. El médico de Spencervale, el mismo que había ido la noche de la enfermedad de Minnie May, halló una tarde a Ana en la casa de una paciente, la observó agudamente, torció la boca, sacudió la cabeza y envió a Marilla la siguiente nota:

“Tenga a su pelirroja al aire libre todo el verano y no la deje leer ningún libro hasta que tenga un andar más vivo.”

Este mensaje asustó a Marilla saludablemente. Leyó en él la condena de muerte de Ana de tisis, a menos que lo siguiera al pie de la letra. Como resultado, Ana pasó el verano más dorado de su vida en lo que se refería a libertad y retozó, paseó, remó, cogió fresas y soñó con el corazón alegre; y cuando llegó septiembre tenía los ojos brillantes y vivos, un andar que hubiera satisfecho al médico de Spencervale y un corazón lleno nuevamente de ambición y deleite.


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