El festival en el hotel
- De cualquier modo, Ana, ponte tu vestido blanco de organdí – dijo Diana decididamente.
Se encontraban en la buhardilla; afuera, reinaba el crepúsculo; un maravilloso crepúsculo amarillo verdoso bajo un límpido cielo azul pálido. Una inmensa luna, que cambiaba lentamente de pálido en brillante su argentino color, alumbraba el Bosque Embrujado; el aire estaba lleno de sonidos estivales: amodorrados gorjeos de pájaros, caprichosas brisas, voces lejanas y risas. Pero en la habitación de Ana estaba cerrada la persiana y encendida la lámpara, pues se llevaba a cabo un importantísimo tocado.
La buhardilla había cambiado mucho desde aquella noche, cuatro años atrás, en que Ana sintiera que penetraba en lo más profundo de su espíritu toda su desnudez con su inhóspito frío. Los cambios habían surgido, y Marilla convino en ellos con resignación, hasta que el cuarto quedó convertido en el nido más dulce y delicado que pudiera desear una jovencita.