Ana de las Tejas Verdes

El vestido verde fue confeccionado con cuantos volantes, alforzas y frunces permitiera el buen gusto de Emily. Ana se lo puso una noche para placer de Marilla y Matthew y recitó “El voto de la Doncella” para ellos en la cocina. Mientras Marilla contemplaba la cara brillante y animada y los movimientos gráciles, sus pensamientos volvieron a la noche en que Ana llegara a “Tejas Verdes”, y se representó la vívida imagen de la extraña y asustada niña con su ridículo vestido de lana amarillo pardusco y dolorosa mirada. Algo en aquel recuerdo trajo lágrimas a los ojos de Marilla.

- Mi poesía la ha hecho llorar, Marilla – dijo Ana alegremente, inclinándose sobre su silla para depositar un suave beso en su mejilla –. A eso llamo yo un triunfo positivo.

- No, no lloraba por la declamación – dijo Marilla, que se hubiera despreciado por mostrar tal debilidad ante “poesías” –. No pude evitar pensar en la niña que fuiste, Ana. Y

deseaba que te hubieras quedado así, a pesar de tus rarezas. Ya has crecido y te vas y pareces tan alta y elegante y tan... tan... completamente diferente con ese vestido... como si ya no pertenecieras a Avonlea... y yo me sentí tan sola al pensarlo.

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