Ana de las Tejas Verdes

El camino de la costa era “boscoso, salvaje y solitario”. A la derecha, montes de pinos, cuyos permanecían imbatibles después de largos años de lucha con los vientos del golfo, crecían densamente. A la izquierda estaban los empinados acantilados, tan cerca del camino en algunos lugares, que una yegua de menos estabilidad que la alazana habría puesto a prueba los nervios de las personas que iban detrás de ella. En la falda de los acantilados había rocas erosionadas o pequeñas ensenadas de arena con guijarros incrustados como joyas del océano; más allá, el mar brillante y azul, y sobre éste se remontaban las gaviotas con sus alas plateadas bajo la luz del sol.











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