—¡QuĂ© dĂa tan aburrido! —bostezĂł Phil tendiĂ©ndose perezosamente sobre el sillĂłn, despuĂ©s de desalojar a dos indignados gatos.
Ana dejĂł a un lado Las aventuras de Pickwikc. Ahora que habĂan concluido los exámenes de primavera, retornaba a Dickens.
—Será aburrido para nosotras —dijo, pensativa—, pero para mucha gente puede que sea un dĂa maravilloso. Algunos estarán locos de felicidad. Tal vez hoy se está llevando a cabo una hazaña magnĂfica o se ha escrito un hermoso poema, o ha nacido un gran hombre. Y quizá se haya roto algĂşn corazĂłn, Phil.
—¿Por qué echaste a perder tus hermosos pensamientos con esa última frase, querida? —rezongó Phil—. No me gusta pensar en corazones rotos ni en nada triste.
—¿Crees que siempre podrás ignorar las penalidades de la vida?
—No, pobre de mĂ. ÂżAcaso las ignoro ahora? Me imagino que no considerarás a Alee y a Alonzo como alegrĂas, cuando lo Ăşnico que hacen es complicarme la existencia.
—Nunca tomas nada en serio, Phil.