Así habló Zaratustra

De grandes acontecimientos[237]

Hay una isla en el mar —no lejos de las islas afortunadas de Zaratustra— en la cual humea constantemente una montaña de fuego; de aquella isla dice el pueblo, y especialmente las viejecillas del pueblo, que está colocada como un peñasco delante de la puerta del submundo: y que a través de la montaña misma de fuego desciende el estrecho sendero que conduce hasta esa puerta del submundo[238].

Por el tiempo en que Zaratustra habitaba en las islas afortunadas ocurrió que un barco echó el ancla junto a la isla en que se encuentra la montaña humeante; y su tripulación bajó a tierra para cazar conejos. Hacia la hora del mediodía, cuando el capitán y su gente estuvieron reunidos de nuevo, vieron de pronto que por el aire venía hacia ellos un hombre, y que una voz decía con claridad: «¡Ya es tiempo! ¡Ya ha llegado la hora!». Y cuando más cerca de ellos estuvo la figura —pasó volando a su lado igual que una sombra, en dirección a la montaña de fuego— reconocieron, con gran consternación, que era Zaratustra; pues todos ellos lo habían visto ya, excepto el capitán, y lo amaban a la manera como el pueblo ama, es decir: con un sentimiento en que amor y temor están mezclados a partes iguales.

«¡Mirad!, dijo el viejo timonel, ¡ahí va Zaratustra al infierno!»[239]

eXTReMe Tracker