Así habló Zaratustra

Cordialmente en verdad, incluso cuando me arrastro a la cama allí continúa riendo y gallardeando mi encogida felicidad; incluso mis sueños embusteros se ríen.

¿Yo uno – que se arrastra? Jamás me he arrastrado en mi vida ante los poderosos; y si alguna vez mentí, mentí por amor. Por ello estoy contento incluso en la cama de invierno.

Una cama sencilla me calienta más que una cama rica, pues estoy celoso de mi pobreza. Y en invierno es cuando ella más fiel me es.

Con una maldad comienzo cada día, con un baño frío me burlo del invierno: eso hace gruñir a mi severo amigo de casa.

También me gusta hacerle cosquillas con una velita de cera: para que permita por fin que el cielo salga de un crepúsculo ceniciento.

Especialmente maligno soy, ciertamente, por la mañana: a una hora temprana, cuando el cubo rechina en el pozo y los caballos relinchan por las grises callejas: –

aguardo impaciente a que acabe de levantarse el cielo luminoso, el cielo invernal de barbas de nieve, el anciano de blanca cabeza, –

– ¡el cielo invernal, callado, que a menudo guarda en secreto incluso su sol!

¿Acaso de él he aprendido yo el prolongado y luminoso callar? ¿O lo ha aprendido él de mí? ¿O acaso cada uno de nosotros lo ha inventado por sí solo?

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