Así, atravesando lentamente muchos pueblos y muchas ciudades volvía Zaratustra, dando rodeos, hacia sus montañas y su caverna. Y he aquí que también llegó, sin darse cuenta, a la puerta de la gran ciudad: pero allí un necio cubierto de espumarajos saltó hacia él con las manos extendidas y le cerró el paso. Y éste era el mismo necio que el pueblo llamaba «el mono de Zaratustra»: pues había copiado algo de la construcción y del tono de sus discursos y le gustaba también tomar en préstamo ciertas cosas del tesoro de su sabiduría. Y el necio dijo así a Zaratustra:
«Oh, Zaratustra, aquí está la gran ciudad: aquí tú no tienes nada que buscar y todo que perder.
¿Por qué querrías vadear este fango? ¡Ten compasión de tu piel! Es preferible que escupas a la puerta de la ciudad – ¡y te des la vuelta![316]
Aquí está el infierno para los pensamientos de eremitas: aquí a los grandes pensamientos se los cuece vivos y se los reduce a papilla.
Aquí se pudren todos los grandes sentimientos: ¡aquí sólo a los pequeños sentimientos muy flacos les es lícito crujir!
¿No percibes ya el olor de los mataderos y de los figones del espíritu? ¿No exhala esta ciudad el vaho del espíritu muerto en el matadero?