Así habló Zaratustra

¿Te mueves, te desperezas, ronroneas? ¡Arriba! ¡Arriba! ¡No roncar – hablarme es lo que debes! ¡Te llama Zaratustra el ateo!

¡Yo Zaratustra, el abogado de la vida, el abogado del sufrimiento, el abogado del círculo[415] – te llamo a ti, al más abismal de mis pensamientos!

¡Dichoso de mí! Vienes – ¡te oigo! ¡Mi abismo habla, he hecho girar a mi última profundidad para que mire hacia la luz!

¡Dichoso de mí! ¡Ven! Dame la mano – – ¡ay!, ¡deja!, ¡ay, ay! – – náusea, náusea, náusea – – – ¡ay de mí!

2

Y apenas había dicho Zaratustra estas palabras cayó al suelo como un muerto y permaneció largo tiempo como un muerto. Mas cuando volvió en sí estaba pálido y temblaba y permaneció tendido y durante largo tiempo no quiso comer ni beber. Esto duró en él siete días; mas sus animales no lo abandonaron ni de día ni de noche, excepto que el águila volaba fuera a recoger comida. Y lo que recogía y robaba colocábalo en el lecho de Zaratustra: de modo que éste acabó por yacer entre amarillas y rojas bayas, racimos de uvas, manzanas de rosa[416], hierbas aromáticas y piñas. Y a sus pies estaban extendidos dos corderos[417] que el águila había arrebatado con gran esfuerzo a sus pastores.

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