¡Oh, mírame yacer en el suelo, tú arrogancia, e implorar gracia! ¡Me gustaría recorrer contigo – senderos más agradables!
– ¡senderos del amor, a través de silenciosos bosquecillos multicolores! O allí a lo largo del lago: ¡allí nadan y bailan peces dorados!
¿Ahora estás cansada? Allá arriba hay ovejas y atardeceres: ¿no es hermoso dormir cuando los pastores tocan la flauta?
¿Tan cansada estás? ¡Yo te llevo, deja tan sólo caer los brazos! Y si tienes sed, – yo tendría sin duda algo, ¡mas tu boca no quiere beberlo! –
– ¡Oh esta maldita, ágil, flexible serpiente y bruja escurridiza! ¿Adonde has ido? ¡Mas en la cara siento, de tu mano, dos huellas y manchas rojas!
¡Estoy en verdad cansado de ser siempre tu estúpido pastor! Tú bruja, hasta ahora he cantado yo para ti, ahora tú debes – ¡gritar para mí!
¡Al compás de mi látigo debes bailar y gritar para mí! «¿Acaso he olvidado el látigo? – ¡No![430]».
2
Entonces la vida me respondió así, y al hacerlo se tapaba los graciosos oídos: