1984

Pero, ¿de qué servía rechazar esos argumentos disparatados?

-Yo creo que existo -dijo con cansancio-. Tengo plena conciencia de mi propia identidad. He nacido y he de morir. Tengo brazos y piernas. Ocupo un lugar concreto en el espacio. Ningún otro objeto sólido puede ocupar a la vez el mismo punto. En este sentido, ¿existe el Gran Hermano?

-Eso no tiene importancia. Existe.

-Morirá el Gran Hermano?

-Claro que no. ¿Cómo va a morir? A ver, la pregunta siguiente.

Existe la Hermandad?

-Eso no lo sabrás nunca, Winston. Si decidimos libertarte cuando acabemos contigo y si llegas a vivir noventa años, seguirás sin saber si la respuesta a esa pregunta es sí o no. Mientras vivas, será eso para ti un enigma.

Winston yacía silencioso. Respiraba un poco más rápidamente. Todavía no había hecho la pregunta que le preocupaba desde un principio. Tenía que preguntarlo, pero su lengua se resistía a pronunciar las palabras. O'Brien parecía divertido. Hasta sus gafas parecían brillar irónicamente. Winston pensó de pronto:

«Sabe perfectamente lo que le voy a preguntan». Y entonces le fue fácil decir:

-¿Qué hay en la habitación 101?

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