Ifigenia

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CAPÍTULO IV

En la noche del miércoles al jueves

AHORA PASA que le tengo miedo a Gabriel…

Sí: ¡le tengo mucho miedo! Y es que hoy, durante las primeras horas de la tarde, mientras estábamos en el cuarto de tío Pancho, sus ojos brillantísimos no han hecho más que perseguirme revolando sobre mí obstinadamente, con la obsesión vertiginosa y negra con que revuelan los murciélagos, y con que revuela el crimen en el argumento de las tragedias clásicas.

Durante toda la tarde, no he hecho sino huir de Gabriel, y esconder mucho mis ojos de aquellos dos ojos locos, que llaman con gritos a los míos, no sé bien para qué. Cuando tía Clara se salía del cuarto, me salía tras de ella por no quedarme sola con Gabriel; hasta que al fin, en un momento dado, llegó a ponerse tan nervioso, que, mientras tía Clara se hallaba de espaldas a nosotros, muy cerca de la ventana, midiendo con gran cuidado las gotas de un calmante que caían pausadas en el fondo de una copa vacía, él se acercó y me dijo muy quedo con mucha prisa y mucha ansia:

—¡María Eugenia, por favor, óigame, que tengo que decirle dos palabras!

Yo respondí:

—Nada tenemos que hablar, Gabriel, que no se pueda decir delante de tía Clara.

Y él volvió a suplicar con mucha prisa:


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