Cuentos de amor de locura y de muerte

En este momento María Elvira me interrumpe para decirme que la última línea escrita no es verdad: Mi narración no sólo no está del todo mal, sino que está bien, muy bien. Y como argumento irrefutable me echa los brazos al cuello y me mira, no sé si a mucho más de cinco centímetros.

–¿Es verdad? –murmura, o arrulla, mejor dicho.

–¿Se puede poner arrulla? –le pregunto.

–¡Sí, y esto, y esto! –Y me da un beso.

¿Qué más puedo añadir?







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