–¡Qué desgracia! Es decir… ¡Octavio! –añadió abriendo los brazos con lágrimas en los ojos–: A usted le puedo contar, usted ha sido casi mi hijo… ¡Estamos poco menos que en la miseria! ¿Por qué no quiere que vaya con Lidia? Voy a tener con usted una confesión de madre –concluyó con una pastosa sonrisa y bajando la voz–: Usted conoce bien el corazón de Lidia, ¿no es cierto?
Esperó respuesta, pero Nébel permanecÃa callado.
–¡SÃ, usted la conoce! ¿Y cree que Lidia es mujer capaz de olvidar cuando ha querido?
Ahora habÃa reforzado su insinuación con una lenta con una leve guiñada. Nébel valoró entonces de golpe el abismo en que pudo haber caÃdo antes. Era siempre la misma madre, pero ya envilecida por su propia alma vieja, la morfina y la pobreza. Y Lidia… Al verla otra vez habÃa sentido un brusco golpe de deseo por la mujer actual de garganta llena y ya estremecida. Ante el tratado comercial que le ofrecÃan, se echó en brazos de aquella rara conquista que le deparaba el destino.
–¿No sabes, Lidia? –prorrumpió la madre alborozada, al volver su hija–. Octavio nos invita a pasar una temporada en su establecimiento. ¿Qué te parece?
Lidia tuvo una fugitiva contracción de cejas y recuperó su serenidad.