El Corsario Negro no vaciló. Encontrábanse en aquel momento los barcos costado con costado.
De un salto montó la amura y se arrojó en la toldilla del buque español, gritando:
—¡A mí, filibusteros!
Morgan le siguió, y detrás los arcabuceros, en tanto que los gavieros, desde las cofas, desde las crucetas, desde los pelones y desde las escalillas arrojaban granadas en medio del enemigo, haciendo fuego al propio tiempo con pistolas y fusiles.
La lucha se hizo terrible, espantosa.
Tres veces el Corsario Negro llevó a su gente al asalto de la cubierta de cámara, en donde se habían reunido sesenta o setenta españoles, que limpiaban la toldilla con los cañones de proa, y tres veces los rechazaron; por su parte, Morgan tampoco consiguió subir al castillo de proa.
Con igual furor se combatía por ambas partes. A pesar de haber sufrido pérdidas desastrosas, causadas por el fuego de los arcabuceros, que ya eran en menor número, los españoles resistían heroicamente, decididos a hacerse matar antes que rendirse.