El Corsario Negro

En toda su extensión crecían plantas acuáticas de varias especies. Ya eran matas de mucumucú de largas y flotantes hojas, ya grupos de arusm, cuyas hojas en forma de corazón surgen de lo alto de un pedúnculo, ya murcis, que no pasan de flor de agua. También se veían las espléndidas victorias regias, la mayor de las plantas acuáticas, puesto que sus hojas miden metro y medio de circunferencia. Parecían monstruosos discos vegetales, con los bordes realzados, pero defendidos por una verdadera armadura de largas y agudas espinas.

En medio de aquellas hojas gigantescas se destacaban las soberbias flores que producen dichas plantas: flores que parecen de terciopelo blanco, con estrías purpúreas y gradaciones rotáceas de belleza más que rara, única.

Apenas habían echado los filibusteros una ojeada a la charca, cuando delante de ellos y a muy corta distancia oyeron un sordo rugido.

—¡El jaguar! —exclamó el catalán.

—¿Dónde está? —preguntaron todos.

—¡Mírenlo allí, sobre el ribazo de la orilla! ¡Está en acecho!

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