El Corsario Negro

CAPÍTULO XXIII

LA ACOMETIDA DEL JAGUAR

A una distancia como de cincuenta pasos, y en los lindes de un grupo de árboles, hallábase en acecho cerca de la orilla de la charca y en la actitud de los gatos cuando acechan a los ratones, un magnífico animal que se parecía mucho a un tigre.

Medía casi dos metros de longitud, y debía de ser uno de los ejemplares más grandes de la especie. Su cola tendría unos ochenta centímetros, su cuello era corto y tan grueso como el de un novillo, y robustas y musculosas las zarpas armadas de formidables garras.

Su piel era de una belleza extraordinaria, espesa, suave, de color amarillo rojizo, con manchas negras y bordeadas de rojo, más pequeñas en los costados y más grandes y abundantes en el lomo, donde formaban largas y anchas estrías.

Los filibusteros no tardaron en reconocer en aquel animal a un jaguar, el carnívoro más terrible de ambas Américas, la más peligrosa de las fieras, tal vez más que los osos de las Montañas Rocosas.

Estas fieras, que se encuentran en todas partes, desde la Patagonia a los Estados Unidos, representan en las dos Américas a los tigres; son tan terribles como ellos, y poseen la misma agilidad, fuerza y ferocidad.

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