El Corsario Negro

Al oír estas palabras el Corsario levantó la cabeza, le lanzó una mirada de supremo desprecio y dijo:

—¡Los traidores tienen fortuna en esta vida; pero ya veremos en la otra! ¡Asesino de mis hermanos, concluye tu obra! ¡La muerte no arredra a los señores de Ventimiglia!

—¡Usted ha querido medirse conmigo —prosiguió el viejo en tono frío— pero ha perdido la partida, y pagará!

—¡Pues bien, traidor; manda que me ahorquen!

—¡No tan pronto!

—¿A qué esperas?

—¡Todavía no es tiempo! Hubiera preferido ahorcarle a usted en Maracaibo; pero ya que los de usted están ahora en aquella ciudad, ofreceré ese espectáculo a los de Gibraltar.

—¡Miserable! ¿No te ha bastado con la sangre de mis hermanos?

Una luz feroz relampagueó en los ojos del viejo duque.

—¡No! —dijo a media voz después de un momento de silencio—. ¡Es usted un testigo demasiado peligroso de lo sucedido en Flandes, para que yo le deje con vida! Además, que si yo no le matase, mañana o pasado me suprimiría usted a mí. Quizá no le odie tanto como usted cree. Me defiendo, o mejor, me deshago de un adversario que no me dejaría vivir tranquilo.

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