El Corsario Negro

El Corsario no contestó. Se inclinó sobre la amura y miró al bote, empujado por las olas mar adentro, haciéndolo oscilar de un modo espantoso.

El viento soplaba con fuerza y en las cavidades del cielo rasgueaban vivísimos relámpagos, en tanto que el ruido de las olas se unía al retumbar del trueno.

La chalupa seguía alejándose. En la proa se destacaba la blanca figura de la joven flamenca. Tenía los brazos extendidos hacia El Rayo, y sus ojos parecían clavados en el Corsario.

La tripulación en pleno se precipitó a estribor siguiéndola con la vista; pero nadie hablaba; comprendieron que habría sido inútil toda tentativa para conmover al vengador.

Mientras tanto, el bote se alejaba. Entre las olas fosforescentes y en medio de los resplandores que hacían chispear las aguas destacábase como un punto perdido en la inmensidad de los mares. Ya se levantaba a lo alto de crestas espumeantes, ya desaparecía en los negros abismos, para volver en seguida a mostrarse, como si le protegiera un genio misterioso.

Todavía pudo vérsele durante algunos minutos; al cabo desapareció en el tenebroso horizonte, envuelto en nubes tan negras como si fueran de tinta.

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