UNA DEFENSA DESESPERADA
Aquellos disparos de los piratas no tenĂan otro objeto, efectivamente, que el de llamar a sus compañeros, y en breve las dos partidas se reunieron en una bastante numerosa y bien armada. Los treinta hombres, sin pĂ©rdida de tiempo, avanzaron en fila india, para no exponerse demasiado a las descargas de sus exprisioneros, y procurando siempre resguardarse tras las laderas de cañas. No se podĂa dudar de su intenciĂłn de asaltar el islote.
Hong y Than-Kiu, que se habĂan tendido en el suelo tras una quiebra del terreno, enteramente cubiertos por las cañas, vieron que sĂłlo ocho hombres estaban armados de fusiles.
—¡Bah! —dijo el primero, encogiĂ©ndose de hombros—. Si esos perros pretenden cazarnos con tan pocos dientes, están muy equivocados. Nuestras carabinas, que deben de ser las mejores que tenĂa Pandaras, son de doble alcance que sus fusiles, y los mantendremos a raya.
—¿Aguardaremos a que lleguen a la orilla del canal para romper el fuego?
—SerĂa una imprudencia, Than-Kiu; ya saben que estamos aquĂ.
—Sin embargo, pueden no habernos visto.
—SĂ, pero hemos sido vendidos.
—¿Vendidos?… ¿Por quién?