UNA SUPERVIVIENTE DE LA CAĂ‘ONERA
No se habĂa engañado el mindanĂ©s. Al dĂa siguiente llegaron a la orilla del rĂo al salir de un bosquecillo. En la ribera opuesta habĂa dos pesadas canoas atadas al tronco de un arbolillo, en cuya popa se hallaba disecada una cabeza de cocodrilo.
—¡Ya hemos llegado; la aldea debe de hallarse tras de aquellos árboles!
—No veo hombre alguno. ¿Habrán abandonado la aldea los mandayas?
—No lo creo, puesto que están ahà las barcas: los hombres no estarán lejos.
—¿CĂłmo arriesgarse a atravesar el rĂo a nado con tanto cocodrilo?
—Quizá los lancheros estén de caza; pero, indudablemente, acudirán si haces tronar el fusil.
—¡Vamos a verlo! —dijo Pram-Li descargando al aire.
La fragorosa detonaciĂłn despertĂł los dormidos ecos de la selva. El trueno debiĂł de haberse oĂdo a varias millas de distancia. Aguardaron el efecto con los ojos fijos en la orilla opuesta, y a los cinco minutos vieron salir un hombre de entre los árboles.