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CAPÃTULO XIV

EL SULTÃN DE BUTUÃN

La aldea de Bunga se hallaba en la punta extrema de un promontorio que dominaba las aguas del lago. Formábanla tres o cuatro centenares de cabañas construidas allí para preservarlas de cualquier inundación. Algunas, más grandes que las otras, estaban circundadas por murallas de espinas, y en medio de ellas un grupo de siete u ocho estaban más sólidamente edificadas, y tenían cierto número de guerreros de guardia. Era la plaza fuerte habitada por el jefe y las principales autoridades de la tribu.

Cuando llegaron nuestros amigos, viva agitación reinaba en el pueblo. Tropas de igorrotes armados con bolos, arcos, mazas y algunos con antiguos fusiles de chispas salían al camino o circulaban por entre las chozas y por la terraza. Grupos de ancianos, niños y mujeres huían hacia la selva llevando grandes cestos de provisiones.

Por todas partes gritaban y discutían animadamente. Los guerreros de la plaza fuerte miraban con atención a la flotilla que avanzaba directamente hacia la aldea. El marino, que parecía gozar de gran consideración entre aquellos hombrecillos, quizá por su piel blanca y su alta estatura, tal vez por ser español, se abrió paso por entre la multitud que miraba estupefacta la partida, y la condujo ante la cabaña del jefe.

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