ROMERO Y TERESITA
Media hora despuĂ©s, Hong, Than-Kiu y Bunga llegaban al lugar de la selva virgen en que se habĂan refugiado las mujeres, los viejos y los niños a la llegada de los mindaneses del sultán, y donde se hallaban escondidos Romero, Teresita y los dos marinos españoles. En una pequeña plazoleta rodeada por un bosquecillo muy espeso hallábase la antigua aldea ocupada en otro tiempo por los sĂşbditos de Bunga, formada por unas cincuenta cabañas, las más de ellas medio derruidas. Algunas, sin embargo, más sĂłlidamente construidas, habĂan resistido bien las injurias del tiempo.
El jefe igorrote preguntĂł por Romero, y le dijeron que habĂa salido de caza acompañado por uno de los marinos y varios indĂgenas, pues faltaban en la aldea las provisiones. Than-Kiu se mostrĂł contrariadĂsima por ello: tenĂa vivas ansias de hallarse frente a aquel hombre a quien tanto amĂł un tiempo, y a quien no habĂa vuelto a ver desde aquella noche memorable y fatal.
—¿Cuándo volverá? —preguntĂł, limpiando algunas gotas de frĂo sudor que le brotaban de la frente.
—Quizá no vuelva antes de la noche.
—¡Ocho o diez horas de espera! ¡Es una eternidad! —murmuró ella con voz ahogada.
—Pero la mujer blanca está aquĂ.
Brilló un relámpago en los ojos de Flor de las Perlas.