Los Tigres de Mompracem

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XVII. La cita nocturna

Todavía no se calmaba por completo el huracán. La noche era tempestuosa. Mugía y ululaba el viento en mil tonos, retorciendo las ramas de los árboles y haciendo volar masas de hojas, arrancando árboles jóvenes y sacudiendo los centenarios. De cuando en cuando un relámpago deslumbrador rasgaba las espesas tinieblas, y los rayos caían e incendiaban las plantas más elevadas de la selva.

Era una noche infernal; noche propicia para intentar un ataque contra la quinta. Por desgracia, los hombres de los paraos no estaban allí para prestar ayuda a Sandokán en su empresa.

Guiados por la luz de los relámpagos, los dos piratas buscaban el riachuelo con el fin de ver si se había refugiado en la bahía alguno de los barcos.

—¡Nada! —dijo Sandokán con voz sorda cuando llegaron a la boca del riachuelo—. ¿Les habrá sucedido alguna desgracia a mis paraos?

—Yo creo que no han salido todavía de sus refugios —respondió Yáñez—. Habrán visto que amenazaba otro huracán y no se han movido. Ya sabes que no es fácil atracar cuando se enfurecen los vientos y las olas.

—Tengo el presentimiento de que han naufragado.

—No, son muy sólidos. Dentro de algunos días los veremos llegar.

—Los citaste a reunirse con nosotros en la bahía, ¿verdad?


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