Los Tigres de Mompracem

—¡No llores, amor mío, o me vuelvo loco! Mis hombres no están lejos; hoy son pocos, pero mañana serán muchos, y ya sabes qué clase de hombres son los míos. Entraremos aunque haya que derribar barricadas y prenderle fuego a la quinta. ¿Quieres que te lleve esta misma noche? Tan sólo somos dos, pero haremos pedazos las rejas que te tienen prisionera. ¡Pagaremos con nuestras vidas tu libertad! ¡Habla, Mariana, porque mi amor por ti me da tanta fuerza que soy capaz de atacar yo solo esta casa!

—¡No! —exclamó ella—. Muerto tú, ¿qué sería de mí? ¿Crees que podría sobrevivirte? Tengo confianza en que me salvarás, pero cuando puedas derrotar a los que me tienen encerrada.

En ese momento se oyó bajo el emparrado un ligero silbido.

—Es Yáñez que se impacienta —dijo Sandokán.

—Quizás haya visto algún peligro. ¡Dios mío, ha llegado la hora de la separación! Si no volviéramos a vernos...

—¡No lo digas, amor mío, porque adonde te lleven iré a buscarte!

Se escuchó otro silbido del portugués.

—¡Márchate —dijo Mariana—, creo que corres un gran peligro!

—¡Dejarte! No puedo decidirme a dejarte.

eXTReMe Tracker