Los Tigres de Mompracem

—¡Huye, Sandokán! ¡Oigo pasos en el corredor! Resonó en la habitación una voz que gritaba: —¡Miserable!

Era el lord. Cogió a Mariana por un brazo para apartarla de la reja, y al mismo tiempo se oyó descorrer los cerrojos de la puerta de la planta baja.

—¡Huye! —gritó Yáñez.

—¡Huye, Sandokán! —repitió Mariana.

No había un solo instante que perder. Sandokán, que comprendió que estaba perdido si no huía, atravesó de un salto el emparrado y se precipitó hacia el jardín.







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