Los Tigres de Mompracem

Asidos a los árboles, los dos piratas escalaron la muralla vegetal con una agilidad que daría envidia a los mismos monos.

Pasaban de planta en planta, de árbol en árbol sin poner jamás el pie en falso.

Así recorrieron unos seiscientos metros y se detuvieron entre las ramas.

—Aquí podemos reposar algunas horas —dijo el Tigre—. Estamos en una ciudadela perfectamente rodeada de bastiones.

—Pienso que tuvimos bastante suerte para huir de aquellos tunantes, hermanito. Encontrarnos en una estufa con ocho o diez soldados en derredor y poder salvar la piel, es un verdadero milagro.

—Así es, pero temo que este éxito nuestro decida al lord a buscar asilo en Victoria. ¡Es preciso encontrar a nuestros hombres!

—Sandokán, ¿quieres que te dé un consejo?

—Habla.

—En lugar de intentar el asalto de la quinta, esperemos a que salga el lord. Ya verás cómo no está mucho tiempo en estos lugares.

—¿Pretendes atacar la escolta en el camino?

—Sí, en medio de los bosques. Porque un asalto puede ser largo y costar sacrificios enormes.

—Me parece un buen consejo.

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