Los Tigres de Mompracem

—Y el mono ya no aguanta las ganas de romperle las costillas.

—Carga tu fusil, Sandokán, nunca se sabe lo que puede suceder.

Un rugido espantoso siguió a sus palabras. El orangután había llegado al colmo de la rabia. Al ver que la pantera no se decidía a abandonar la rama, se adelantó amenazador, golpeándose el pecho que resonaba como un tambor.

Al verlo acercarse, la pantera se recogió como preparándose para dar un salto, pero no parecía tener mucha prisa.

El orangután se sumergió en el río, cogió con ambas manos la rama sobre la que estaba su adversario y la sacudió con fuerza.

La pantera no pudo sostenerse y cayó al agua. Pero apenas había caído, volvió a lanzarse sobre la rama y de ahí se arrojó sobre el mono, incrustándole las garras en los hombros y en las costillas.

El orangután dio un aullido de dolor; la sangre le corría por la piel.

Satisfecha con el resultado de su ataque, la pantera procuró encaramarse a la rama, sirviéndose del ancho pecho del mono como punto de apoyo. Pero, a pesar de sus tremendas heridas, el orangután alargó con rapidez el brazo y cogió la cola de su contrincante. La apretó con tal fuerza, que la fiera dio un maullido de dolor.

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