Recorrió cuatrocientos metros, se detuvo y se volvió hacia uno de los marineros.
—Instala aquí tu domicilio y no lo abandones por ningún motivo sin que nosotros te lo ordenemos. El río está a cuatrocientos metros, por lo tanto te puedes comunicar con facilidad con el parao. A igual distancia hacia el Este estará otro de tus compañeros. Cualquiera orden que te transmitan del parao se la comunicas a tu compañero más próximo. ¿Has entendido?
—Sí, señor Yáñez.
Mientras el malayo preparaba una cabañita junto al árbol, el grupo se puso en marcha, dejando a otro hombre a la distancia indicada.
—¿Comprendes ahora, Sandokán?
—Sí —contestó éste—, y te admiro. Y nosotros, ¿dónde acamparemos?
—En el sendero que conduce a Victoria. Desde allí podremos ver quién va o viene de la quinta e impedir que el lord huya sin que lo sepamos.
—¿Y si no se decide a marcharse?
—¡Por la gran carabina! ¡Atacaremos la quinta y nos robaremos a la muchacha!
—No llevemos las cosas a ese extremo, Yáñez. Lord James es capaz de matar a Mariana.
—¡Eso no! ¡Nunca me consolaría si ese bribón le hace algo a la niña!