Los Tigres de Mompracem

Los piratas rompieron las filas de los soldados que les cerraban el paso, repartieron una granizada de tajos de cimitarra a diestra y a siniestra, y se lanzaron hacia la popa. Había allí sesenta hombres, pero no se detuvieron a contarlos y se arrojaron furiosos sobre la punta de las bayonetas.

Daban golpes desesperados, segaban brazos y hundían cráneos. Durante algunos minutos hicieron temblar a sus enemigos, pero acuchillados por la espalda, alcanzados por las bayonetas, sucumbieron por fin uno tras otro.

En la mitad del puente, Sandokán cayó herido en pleno pecho por un disparo de fusil. Cuatro piratas sobrevivientes se arrojaron delante suyo, y lo cubrieron con sus cuerpos, pero fueron muertos por una terrible descarga de fusilería. No así el Tigre.

Aquel hombre increíble, a pesar de su herida que manaba sangre, dio un salto, llegó a la borda, derribó con el puño de la cimitarra a un gaviero que intentaba detenerlo y se lanzó de cabeza al mar, desapareciendo bajo las negras aguas.


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