Sandokan el Rey del Mar

-¡Sí, señor Yáñez, ya estoy bien, gracias a los cuidados y a las atenciones de este buen doctor! -respondió el capitán.

-Desde este instante puede usted considerarse, no como nuestro prisionero, sino como nuestro huésped. Está usted en completa libertad para hacer lo que mejor le plazca e ir donde más le acomode. Para usted nuestro barco no tiene secretos.

-¿Y no teme usted que pueda abusar de su generosidad?

-No, porque le creo a usted un caballero.

-Piense usted en que cualquier día nos encontraremos frente a frente como enemigos terribles.

-Entonces combatiremos con lealtad.

-¡Ah, eso sí, señor Yáñez! -dijo sir Moreland, con cierta aspereza.

Después de haber pronunciado estas palabras, de haber echado una larga ojeada sobre la superficie del mar y de haber aspirado afanosamente el aire marino, dijo:

-Han salido ustedes de la región cálida. Esta brisa es del Norte. ¿Dónde estamos si no hay inconveniente en que lo sepa?

-Muy lejos de Sarawak.

-¿Huyen ustedes de los lugares que frecuentan los barcos del rajá?

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