Ivanhoe

—¡Eres un mentiroso y embustero de corazón! —y siguió su camino con muestras de desprecio, para después ordenar algo a sus criados musulmanes en una lengua desconocida por los reunidos. Tanta fue la impresión que causó al pobre israelita que un monje militar se dignara dirigirle la palabra, que no cambió su postura humilde hasta que el caballero ya había alcanzado el extremo del salón. Cuando miró a su alrededor, lo hizo con la espantada mirada de aquél a cuyos pies ha caído el rayo y todavía siente el estruendo del trueno resonando en sus oídos.

El templario y el prior fueron escoltados hasta sus aposentos por el mayordomo y el copero, asistidos por dos portadores de antorchas y por dos criados con refrescos, mientras servidores de inferior condición acomodaban al resto de la comitiva.







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