—Oculta más cosas que las que puedas figurarte, Conrade; tu simplicidad no puede competir con este abismo de perdición. La tal Rebeca de York fue discÃpula de aquella Miriam de quien has oÃdo hablar. Verás ahora cómo el judÃo confiesa. —Y dirigiéndose a Isaac, preguntó en voz alta—: Entonces, ¿tu hija está prisionera de Bois-Guilbert?
—¡Ay, reverendo y valeroso señor, cualquier rescate que un hombre pobre pueda pagar para ponerla en libertad, yo…!
—¡Silencio! Esta hija tuya ha practicado el arte de curar, ¿no es verdad?
—Gracioso señor —contestó el judÃo con más confianza—; y que el caballero y el montero, el escudero y el vasallo bendigan el don divino que el cielo le ha concedido. Muchos pueden atestiguar que les ha curado con su arte cuando habÃa sido vano cualquier otro remedio humano; pero la bendición del Dios de Jacob estaba con ella.
Beaumanoir se volvió a Mont-Fitchet con una sonriente mueca.