Descendió al palenque y ordenó que le quitaran el yelmo al vencido campeón. Sus ojos estaban cerrados, su rostro conservaba el tinte rojo oscuro. Cuando le miraban asombrados, sus ojos se abrieron…, pero permanecieron fijos y helados. La sangre huyó de su rostro y dio paso a la palidez de la muerte. Incólume habÃa salido del encuentro y de la lanza de su enemigo, pero habÃa muerto vÃctima de la violencia de sus propias encontradas pasiones.
—Éste es, en verdad, el Juicio de Dios —dijo el gran maestre mirando hacia arriba—. Fiat voluntas tua!