Robin Hood

Christabel, de rodillas, dirigió los brazos al cielo, de donde viene toda ayuda; pero Robín, con las mejillas coloreadas por un vivo rubor, puso sus manos junto a la boca y repitió el mismo aullido.

—Vienen en nuestra ayuda —dijo a continuación con alegría—, ya llegan milady; ese aullido es una señal convenida entre los que vivimos en el bosque; he contestado y nuestros amigos van a venir. Ya veis que Dios no nos abandona. Voy a decirles que se apresuren.

Y, con una sola mano como altavoz, Robín imitó el grito de una garza perseguida por un buitre.

—Esto significa que estamos en apuros, milady.

Un grito semejante se escuchó cerca.

Robin exclamó:

—¡Es Will! ¡Es mi amigo Will! ¡Valor, milady! Deslizaos entre las hojas para protegeros; una flecha perdida es temible.

El corazón de la joven parecía que iba a saltársele, pero sostenida por la esperanza de ver pronto a Allan, obedeció y desapareció en la espesura del follaje.

Para distraer, Robín lanzó un grito, salió de su escondrijo y de un salto se colocó tras otro árbol.

Inmediatamente una flecha se clavó en el tronco; nuestro héroe, pronto en la respuesta, saludó el acontecimiento con una risa burlona, y, devolviendo el regalo, tumbó al desgraciado soldado.

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