Robin Hood

El hombre que dio al soldado estos preciosos datos añadió también que un joven arquero, de una habilidad proverbial, llamado Robín Hood, vivía igualmente en el castillo de Gamwell.

Como es de suponer, Geoffroy corrió a comunicar al barón lo que acababa de descubrir.

Lord Fitz-Alwine escuchó tranquilamente el prolijo relato de su servidor, lo que revelaba en él una gran paciencia, e inmediatamente se hizo la luz en su espíritu. Recordó que Maude, o Isabel, como llamaba a la dama de su hija, encontró asilo en el «hall» de Gamwell, y que allí debían estar reunidos Robín Hood, el jefe de la banda y Pequeño Juan y los hombres que la componían.

Nuevos informes confirmaron la exactitud de lo expuesto por Geoffroy, y lord Fitz-Alwine decidió inmediatamente llevar a Enrique II una severa queja contra los guardabosques.

El momento estaba bien escogido. En esta época, Enrique II, que se ocupaba activamente por la policía interior de su reino intentando sentar el respeto a la propiedad territorial, escuchaba con atención los relatos de robos y de pillajes.

Por orden del rey, los culpables eran primero encarcelados; de las prisiones del Estado pasaban al ejército, a los puestos subalternos, o a los pontones de los barcos.

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