Hamlet

CLAUDIO.— Ahora hablaste como buen hijo, y como caballero. Laertes, ni tengo culpa en la muerte de tu padre, ni alguno ha sentido como yo su desgracia. Esta verdad deberá ser tan clara a tu razón, como a tus ojos la luz del día.

Ruido y voces dentro.

VOCES.— Dejadla entrar.

LAERTES.— ¿Qué novedad… qué ruido es este?

Escena XVII

Claudio, Gertrudis, Laertes, Ofelia, acompañamiento.

LAERTES.— ¡Oh! ¡Calor activo, abrasa mi cerebro! ¡Lágrimas, en extremo cáusticas, consumid la potencia y la sensibilidad de mis ojos! Por los cielos te juro que esa demencia tuya será pagada por mí con tal exceso que el peso del castigo tuerza el fiel y baje la balanza… ¡Oh, rosa de mayo, amable niña! ¡Mi querida Ofelia! ¡Mi dulce hermana!… ¡Oh! ¡Cielos! ¿Y es posible que el entendimiento de una tierna joven sea tan frágil como la vida del hombre decrépito?… Pero la naturaleza es muy fina en amor, y cuando este llega al exceso, el alma se desprende tal vez de alguna preciosa parte de sí misma, para ofrecérsela en don al objeto amado.

OFELIA.— «Lleváronle en su ataúd

con el rostro descubierto.

Ay no ni, ay ay ay no ni.

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